sábado, 30 de noviembre de 2013

Me han venido a empozar



Al pasar el dedo

por la cencellada

de los huesos,

recuerdo que antes eran sal

y que mi carne era océano.

Las olas llegaban y se despedían

como enormes pañuelos blancos.

Ahora el sol me araña la sangre
y al zozobrar contra los muros
me van erosionando...
Los pies se arraigan
en las encías de la lluvia,
en el brocal de mi boca
el eco me hostiga la voz.
La música, el más potente de los silencios,
es mi único placebo.

De aquí no salgo
y aquí me encierro
en esta morgue de lágrimas:
como París en el sena
como Javert
como una caracola vacía
a la que acallan a gritos su patria.

Tranquilo, sereno
me obliga el tiempo
a pensar que tal vez
me tiendan una cuerda
antes de que desborden mis aguas.



Autor: Miguel Hernández Pindado

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