sábado, 30 de noviembre de 2013

Firmamento enjaulado



No logro encaramarme
a tus ojos enramados
de carrusel.
Un búho ulula
cerradas úes que en la noche
sobre tu almohada se derraman
y abriéndose al amanecer
como crisálidas nacen
golondrinas que cuelgan sus nidos
en tus párpados.
Sueñan migrar a tus sueños
a través de tus ventanas,
relampaguean colibríes,
se acurrucan las tórtolas,
aventa el trino de la alondra
alegrías de tristezas en tu mirada,
los pavos abanican tus iris
de enamorada.

Tus ojos cetreros que han cazado mis ojos
y a mi pájaro azul han enjaulado
entre tus vítreos huesos,
a cientos de pájaros esparcen migajas.
El avestruz se ahonda en tu pupila
y la argentada estela de los cisnes
tus arboladas aguas apacigua
sedimentando mañana gaviotas.

Trepé enredándome más y más
y por fin alcancé tu mirada.
Ya no era como antes.
Era vacía y oscura,
estaba muerta.
Eran cuervos que picaban
dos enormes ataúdes
dos abiertas cuencas.



Autor: Miguel Hernández Pindado.



Es posible el retoño




Noviembre nos dio una tregua: rodillas rojizas magulladas por otoños aún no te ha empañado la escarcha nunca te sedujo el invierno. Ahí está también él cómplice del columpio te mece y tú le sonríes, le abrigas. La boca la llevas de lana la garganta de saxo el alma de edén, los años por tierra humus indolente en la piel, en los huesos rumor de tormenta. Los pies de arroyo sobre tus hombros cae el pelo como una queja. Con los ojos extranjeros y las manos de cayuco cerré el libro, levanté la vista quise cruzar vuestros ojos de frontera... Pero ya era la hora, tenía que regresar entre las cuatro paredes blancas al exilio en mi isla negra.


Autor: Miguel Hernández Pindado

Me han venido a empozar



Al pasar el dedo

por la cencellada

de los huesos,

recuerdo que antes eran sal

y que mi carne era océano.

Las olas llegaban y se despedían

como enormes pañuelos blancos.

Ahora el sol me araña la sangre
y al zozobrar contra los muros
me van erosionando...
Los pies se arraigan
en las encías de la lluvia,
en el brocal de mi boca
el eco me hostiga la voz.
La música, el más potente de los silencios,
es mi único placebo.

De aquí no salgo
y aquí me encierro
en esta morgue de lágrimas:
como París en el sena
como Javert
como una caracola vacía
a la que acallan a gritos su patria.

Tranquilo, sereno
me obliga el tiempo
a pensar que tal vez
me tiendan una cuerda
antes de que desborden mis aguas.



Autor: Miguel Hernández Pindado

Rayuela



Beber para creer que solo albergas

la amargura de la cerveza

y no retoña la primavera

Al salir del bar

como una sombra me arrastro

por las calles mendigando

por un pedazo del sol

las farolas me calientan de soslayo

y la luna se deshilvana

a tus pies


Voy a la pata coja saltando

de ventana en ventana para pisar el cielo

marré al lanzar y cayó

el tejo a la alcantarilla

Hurgo para recuperarlo

me cuelo entre las rendijas


rebaño entre mis huesos

por si queda algo de tu carne

Me desconcierta el rojo y el verde

de los semáforos

a mi que parpadeo en ámbar


Me asustan los adarves

el asomarme más allá de mis muros

me atraganto con las chimeneas

que exhalan bocanadas de desaliento

aborrezco el guiñar macabro de los puentes

En esta rayuela borre las líneas

mis pasos se atropellan


pisoteo corazones que bostezan

abandonados en los felpudos

Una hojarasca de esperanzas amarillas y marrones

se arremolinan en el pecho

tratando de remontar el vuelo

y el caño languidece ...


En el recodo donde te vi pasar

alzo como los perros la pata

y tu perfume en mis paredes hace eco

tropiezo con los pliegues de tu falda

me fruncen el ceño

y yo me pierdo


Y los pensares ya sabes como vencejos

ruedan por el suelo en mi verde calavera

nos robaron la fotosíntesis

y trato de asfixiar la tristeza con los puños


el roce de tu piel como una cerilla extraño

me pregunto porque estrujé tu corazón

cuando su vino es de lágrima

porque no me estribe en tus pupilas

cuando a medianoche maullaban,

debí soplar tus manos de dientes de león

cuando me abrazabas...

y ahora que estoy abierto de par en par

¿tocarás a mi puerta?


Autor: Miguel Hernández Pindado










Residencia en el mar




Ha abierto una bahía

el mar en mi boca

qué flojera!

Cuánta agua en mi garganta

de corola

Qué sacudida en mis estambres!




Me mengua esta pleamar

y las entrañas se inundan

me arbola el no saber

si arriar los pulmones

o si bogar con el corazón a dentelladas




Temo la incertidumbre de las corrientes

me duelen los dóciles embates de la lluvia

Uncido bajo la mortaja

azul de las olas me desplomo

como un pez a flote

con la mirada a la deriva



Quebradas las falanges del timón

palpo a ciegas las luces del muelle

que como un vahído me enlutan

Naufrago de morros en la orilla

como la pena del borracho en la botella

Ay pero qué dura es

desamarrándonos la resaca!




Qué vaivén tan grave

tan profundo

el de los bordones de las algas

Cómo hiela la nostálgica canícula!



la sal pudre la eslora

y abre heridas

Todo este azul desvirga la tristeza

en mi alma



Murmuran aullidos

las aguas que rompen en mi costado

quiero en tu vientre de pañuelo

plañir mis cenizas blancas




Cómo añoro

firmes

tus ojos de arena

Verdes

tus labios leteo

el brotar en tu espalda

racimos de espino

tu sonrisa de brea ...



Estarás ya allí

tras las pinceladas de la bruma?

Volverá a templarnos la brisa?



Autor: Miguel Hernández Pindado.

Ocnos




"¡Ah, tiempo, tiempo cruel,

que para tentarnos con la fresca rosa de hoy

destruiste la dulce rosa del ayer!"

                         Luis Cernuda










Trisan en tus ojos las golondrinas

y tu sonrisa es la ciudad dormitorio

de la luna.

Se han colado por el balcón

de tus huesos los ocupas,

y fuera de tu piel todo es páramo.




De tus besos

no fue más que un testaferro,

en tu pelo solo otro caduco otoño.

Oprime fuerte su pecho,

su prófugo corazón que quiere volver

volver a tus brazos

y así arrullar sus latidos

ser en tu voz un atlas.




Algunas noches lo deja salir

juegan al escondite

perdiéndose, hallándose.

No avanza su corazón más allá de su cadena

y ladra sus plegarias para encontrarte.

Pero no sabe quién eres,

ni si estás ya en alguna parte.




En el tiritar de sus pasos

se oye que no han amainado los reojos

ni los índices que le señalan

ni las risas que entre dientes lo roen.

No acalla el vuelo de los vencejos

se desorienta la sonería de su corazón

sólo le queda renegar de los sentidos...





Aljez en la piel lo mantiene indiferente,

con ese olor a sueños marchitos

que se impregna en la ropa

con la vergüenza columpiándose

en los párpados,

con ese vino de lamento

sonrojando las mejillas

Por doscientas cincuenta pesetas

la residencia en la tierra en sus manos

mordisqueada como una barra de pan

de camino a casa.




Y al llegar hambriento

Bajo el alféizar rompen las olas.

Y los vientos del sur

le susurran

que vuelva,

que se eche a la mar.






Autor: Miguel Hernández Pindado


La Marquesina Azul

Al encontrarte allí
en la marquesina azul
bajo mi párpado,
vi tus ojos y no eran,
amada, esos ojos negros
que arden y envuelven
mis ojos en una lumbre de incienso.
No, así no era como yo los recuerdo.

Y tus labios sentí sentados
sobre los míos
en aquella marquesina azul.
No eran aquel arrecife
donde brotaban sobre
los difuntos nuevos besos
de coral.

Tus manos, que colgaron
nidos en mis manos,
hace tiempo ya que migraron,
y de tu corazón que arrebola
al alba mi corazón
no queda más que el crepúsculo.

Ahora aquí permanezco:
ojos, labios, manos
y corazón
frente al cristal,
alejándome de la marquesina azul,
de aquella marquesina azul
donde tú ahora te quedas,

donde tú ahora regalas
a otros ojos tus ojos de incienso,
a otros labios tus besos de coral
y en otras manos anidan tus golondrinas.

Yo mientras tanto,
en este funámbulo ómnibus
que se balancea sobre el asfalto,
celoso al descubrir
que sí que había alguien
después de mí,

que no solo la corriente
hacía volar tu falda azul.
Hurgué en el bolsillo
de mi bluyín,
no llegando a alcanzar más
que el billete agujereado
por el que se nos exilió

la juventud.


Autor: Miguel Hernández Pindado