sábado, 1 de diciembre de 2012

El Secreto de Allan












Emprendió aquel viaje en esa estación

a mitad de camino entre la primavera y el otoño.

Cuando llegó a aquel nuevo país,

era un día lluvioso. Se apresuró

a refugiarse lejos del cielo encapotado


recorriendo las calles pobladas de paraguas.

Rebuscó en su bolsillo aquel papel

arrancado del periódico del sábado

en el que había anotado la dirección,

pero la lluvia borró cualquier rastro de tinta


del pedazo de hoja y discurrió

aquel cian por las líneas de su mano

leyendo un futuro que no esperaba él.

Perdido, se acercó a lo que a primera vista

parecía ser una casa del siglo diecinueve.


Llamó insistentemente con su puño,

y como era robusto y la madera vieja,

tras un fuerte chirrido cedieron las visagras.

Era una habitación pequeña, lóbrega y algo tétrica.

Repleta de manuscritos con ensayos y poemas


por el suelo y libros de todas las ciencias

en los estantes que rodeaban el cuarto.

Al fondo una ventana entreabierta,

un cuerpo yacido en un rincón de la estancia

y por única decoración, una figura de una diosa mitológica.


El hombre se acercó al hombre,

acercó su mano cálida a su frío pecho

y no sintió su pulso ya apenas.

A veces, tan cerca es tan lejos...

Cogió un poema y omitiendo del autor el nombre
(En voz alta leyó):


El día se quebraba, brumario moría

con sigilo y semejante al vaivén

de las hojas mecidas por el viento

que enivrées8 voltean en espiral

amontonándose sobre los cimientos


cual borrachos, en la plaza de Pigalle9.

Esos pensares, divagaciones mías

que habían aguardado en el andén

del olvido, regresaban al presente

y arrastraron su único bagaje, ¿A la muerte?.


Despierta, despierta, susurraban

y entonces abrí los ojos; mas

aturdido, no veía nada.

Me sentía raro, me extrañaba

¿Pero qué era aquello sino era nada?.


Se expandía y yo me plegaba,

se plegaba y yo me expandía.

Palpando a tientas la oscuridad,

oyendo al frío llegando con su flotar,

vi a la tristeza mirándome a los ojos.


Ellos se trataban de evadir

hacia cualquier sentido o dirección,

pero la tristeza es una mujer

superlativamente caprichosa

un niño de célebre crueldad impía,


quien saltando desde su columpio

aterrizaba en la arena, se zambullía.

Su pala cavaba aquel compás funerario,

grano a grano se desgranaba la fosa

probando yo la granada, su amargo caer.


Aquel sabor, su elixir, destilado en plutón10

gota a gota se evaporaba junto a mí

junto a él me evaporaba, gota a gota...

mil partes yo era y a la par ninguna,

que allí en el patíbulo morirían y nada más.


Mas de repente, alguien me ancló un punzón,

un punzón y otro, mis piernas ahora desgarraban

aquel abismo, aquel lugar, aquella atmósfera rota,

las tribus de blancas lanzas y negras plumas

iban por mi cuerpo proliferando y yo volaba. ¿Y nada más?


¿Eres tú dios? ¿Es una artimaña tuya, satanás?

¿Quién está de mí? ¿Quién se burla aquí?

¿Qué... Qué sig- significa esta sublimación inversa?

Entonces, el eco sordo de unos graznidos,

el eco sordo de unos graznidos. Silencio.


Aterrado ante un espectáculo semejante,

semejante pregunta a las anteriores proferí.

¡No! ¡No! ¡Despierta, despierta! pensé.

Y a continuación, abrí los ojos mas nada cambió.

El graznido era graznido, pero yo no era yo.


Obstinadamente, absorto en muchas cábalas,

forzaba las esposas que me hacían preso

sin más éxito que el frecuente fracaso.

Así que decidí atisbar este nuevo horizonte.

Cuervo en un mundo de buitres, cisnes y águilas,


tras horas y horas vagando por el vacío,

desesperado, hambriento, famélico,

cansado, fatigado y hasta exhausto,

llegué a un palacio de dimensiones inmensas

con bohémicas vidrieras, con marmóreas


bóvedas. Jambas de oro para las puertas

y en sus largos pasillos colgaban cuadros,

tapices españoles, Dalíes y Picassos.

Siete salones dispuestos cual laberinto,

siete tronos perfectos pero distintos.


El bullicio entonces se armó en el séptimo

salón, donde al entrar me recorrieron escalofríos,

donde entorno a un perro como el de Fausto 11

cientos de engendros infames y caídos

festejaban su venida, entonando alabanzas.


Al finalizar aquella extraña celebración,

el perro pequeño y menudo me acarició,

me ladró y no me importa que no me crean,

pero le entendí cada uno de sus ladridos

como si palabras o sílabas el animal dijese.


Me habló acerca del origen del universo,

de cómo lucharon él y su adversario en el ejercito,

me habló de cómo murieron sin haber existido,

de cómo en nosotros nacieron y cómo hemos nacido.

El mal no soy yo, no existo, el bien no es él, no es cierto.

(me dijo)


Vosotros lo engendrasteis, lo paristeis, es vuestro hijo.

Vosotros lo cuidasteis, lo amamantasteis, ha crecido.

Lo vestisteis, lo mimasteis y educasteis, y es perverso.

Está destruyendo el mundo con muerte y con odio,

y solo el bien y el amor pueden salvarlo.


Ay, mas ese amor mi amigo, ¿Dónde mana?.

Muchos son los predicadores del bien,

escasos los practicantes, pues estos primeros

practican el egoísmo, el poder y la avaricia.

El mundo es injusto no busques justicia, no es necesario.


El perro se marchó y medité cabizbajo

cual sería mi misión, el porqué ahora era un ave.

Sin embargo, por más que quise no pude meditar,

por más que medité no pude querer,

pues mi vida es un castigo, una condena.


Siembro por siempre y para toda la eternidad

a cada segundo, a cada momento

las flores que van brotando, las flores del mal.


Y a quién me oiga, y a quién me quiera escuchar,

le digo que sueño y no dejaré de soñar, con reposar mis alas

tenuemente y para siempre sobre el busto de Palas 12.


Y Nada más.

                                              
                                                          Autor: Miguel Hernández Pindado



    1. Enivrées – Adjetivo que en francés significa embriagadas.
    2. Pigalle – Plaza parisina en el barrio de Montmartre
    3. Plutón – Infierno según la mitología romana.


                                                                      

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