Van y vienen, vuelven y se van
desde hace algún tiempo
las aves en la ciudad.
Se marchan y regresan
en bulevares descritos por el viento.
Alrededor de las almenas
bailan valses estas parejas
con sus vestidos cenicientos.
Semejantes a las gotas,
unas detrás y otras delante
surcan el cristal de mi ventana.
Se desvanecen y renacen semejantes.
Van y vienen, vuelven y se van
las aves en la ciudad.
Carente de ruido mas no de furia,
sobrevuela la muralla este enjambre
infernal.
Forman un caos hiriente
estos acróbatas en los cielos.
Trapecistas en un equilibrio
que permanece a menudo ausente.
En un equilibrio que quizás haya
muerto
se tambalean, producen vértigo,
tropiezan y caen en el olvido
pero algún día a la cuerda habrán
vuelto.
Unas están realmente tan cerca,
otras parecen estar tan lejos...
Unas pocas suben, la mayoría bajan
por las indefensas torres, estas
furtivas armas.
Son cientas de miles
y de miles son cientas
las que ataco y no se inmutan.
A las que mis gritos no ahuyentan.
Blandiendo sus afiladas espadas
inician una guerra muy desigual.
Un soliloquio de estocadas
me atraviesan como sus alas el viento.
No hay lugar por el que camine
sin sentirme un extraño,
no hay ya en Ávila un arco
que al menos una no escudriñe.
Los vencejos de ayer
ahora son gárgolas de piedra
que petrifican tus adentros
que siempre vuelan por tu cabeza.
Sus sombras como cascadas
sobre las plazas y avenidas se verten.
Las inundan, trato de huir y huyo,
pero no ya no existe refugio.
Entre la vida y la muerte
colgado en ese punto de inflexión
que clava mis manos en una cruz vieja
a la luz oxidada de un farol,
oigo envejecer los segundos.
Poco a poco, muy despacio,
nacen con un tic
en un tac se deshacen.
Un aquelarre de buitres
enredan el cielo entre mis cabellos.
Coronan enzarzados en mi frente
ensangrentándola de sufrimiento.
Ensangretándola de ese sufrimiento
que mañana se habrá desangrado
y que coagulado envolverá mi cuerpo.
Entonces los carroñeros harán el resto...
Entre la vida y la muerte,
colgados en ese punto de inflexión
esperan también esos segundos conmigo
a que se pare el reloj.
Autor: Miguel Hernández Pindado
Autor: Miguel Hernández Pindado
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