domingo, 2 de diciembre de 2012

Martinets Coléreux






Van y vienen, vuelven y se van

desde hace algún tiempo

las aves en la ciudad.

Se marchan y regresan


en bulevares descritos por el viento.

Alrededor de las almenas

bailan valses estas parejas

con sus vestidos cenicientos.


Semejantes a las gotas,

unas detrás y otras delante

surcan el cristal de mi ventana.

Se desvanecen y renacen semejantes.


Van y vienen, vuelven y se van

las aves en la ciudad.

Carente de ruido mas no de furia,

sobrevuela la muralla este enjambre infernal.


Forman un caos hiriente

estos acróbatas en los cielos.

Trapecistas en un equilibrio

que permanece a menudo ausente.


En un equilibrio que quizás haya muerto

se tambalean, producen vértigo,

tropiezan y caen en el olvido

pero algún día a la cuerda habrán vuelto.


Unas están realmente tan cerca,

otras parecen estar tan lejos...

Unas pocas suben, la mayoría bajan

por las indefensas torres, estas furtivas armas.


Son cientas de miles

y de miles son cientas

las que ataco y no se inmutan.

A las que mis gritos no ahuyentan.


Blandiendo sus afiladas espadas

inician una guerra muy desigual.

Un soliloquio de estocadas

me atraviesan como sus alas el viento.


No hay lugar por el que camine

sin sentirme un extraño,

no hay ya en Ávila un arco

que al menos una no escudriñe.


Los vencejos de ayer

ahora son gárgolas de piedra

que petrifican tus adentros

que siempre vuelan por tu cabeza.


Sus sombras como cascadas

sobre las plazas y avenidas se verten.

Las inundan, trato de huir y huyo,

pero no ya no existe refugio.


Entre la vida y la muerte

colgado en ese punto de inflexión

que clava mis manos en una cruz vieja

a la luz oxidada de un farol,


oigo envejecer los segundos.

Poco a poco, muy despacio,

nacen con un tic

en un tac se deshacen.


Un aquelarre de buitres

enredan el cielo entre mis cabellos.

Coronan enzarzados en mi frente

ensangrentándola de sufrimiento.


Ensangretándola de ese sufrimiento

que mañana se habrá desangrado

y que coagulado envolverá mi cuerpo.

Entonces los carroñeros harán el resto...


Entre la vida y la muerte,

colgados en ese punto de inflexión

esperan también esos segundos conmigo

a que se pare el reloj.



                                                  Autor: Miguel Hernández Pindado

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