domingo, 2 de diciembre de 2012

Barkarole







Sola, estaba tan trémula y sola
en la ribera del Leteo olvidada,
mas el destino su agua ante mí helaba
como aquellos bóreas abrasaban mi corola.

Ah la savia ingrávida me consume e inmola.
Descienden, Perséfone, por tu vestido que argentaba,
tus manos, manos marmóreas y aterciopeladas.
Posándose melindrosas, sobre mis pétalos de Barkarola,

han de ser el cáliz que viene a endulzar mi fin,
y rociando esas lágrimas, lágrimas o nepentes,
me liberas,¡Oh, tú, prisionera!, del sempiterno Spleen.

Pozo de abismo donde se hallaba en hipnosis,
se ahogaba, sin embargo, despertó de repente
mi alma, abrazada, a su metempsicosis.



                                                                     Autor: Miguel Hernández Pindado

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