Bajo sus nudillos caen la espera y el dolor,
sus yemas aran cada uno de tus versos,
tu tierra su sufrimiento estercola
Cada verso es un surco. Y estrofa a estrofa
sus manos cosechan el fruto que tu alma siembra,
desnudan sus manos capa a capa ese bulbo
y prenda a prenda tu cuerpo se desnuda.
Desata tus cordones, descalza tus pies descalzos,
tu pijama despoja, tu pericardio arranca,
tu miocardio corta, muerde tu pena.
Recolecta ese llanto su boca
anegando en lágrimas su piel morena
mas día a día su aureola lo endulza a sonrisa
y duerme el niño con tu canción de cuna.
En sus comisuras lo mecen sus besos,
te mecen a ti también compañero
en el sueño de no vivir lo que estás viviendo.
Tomas en su aliento el poco oxígeno que te queda,
y los dientes de tu hijo liman los barrotes que te apresan.
Mas ya yace tu libertad contigo, con los tuyos.
Hoy te escribo a ti, Miguel.
Hoy en este papel dejo fluir mi tinta,
mi caligrafía dejo como único remite
en este poema sin timbrar para que lo lean
todos en los que habitas.
Es tu poesía pan y cebolla,
nos quitan tus palabras la yunta,
tu legado, un rayo que no cesa,
tus sentimientos, páginas de un libro
en las que el viejo fumador del tiempo
no dejará sus amarillentas huellas.
Autor: Miguel Hernández Pindado
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