Ahora te despides con dos besos,
uno por mejilla y sin remite.
Dime, cielo,
¿qué barruntas,
que parece que no escampas?
Sabes que la piel es
de carne y hueso
y los recuerdos no son más que obituarios.
En el humilladero de mis ojos
echas la vista atrás
y sacudes las sandalias.
No sé si podré limpiar
tanto polvo con mis lágrimas.
Cada quince de octubre
se repiten adioses enclaves de un no te marches
y otros que disparan con alevosía.
Adioses que son en los labios portazo
pero dejan el corazón entreabierto;
y hasta mañanas con insomnio
que rondan toda la noche en tu cabeza.
Hay adioses incrédulos
que rezan para que vuelvas
y hasta prontos tan cercanos
que llegan demasiado tarde.
Hoy como cada quince de octubre
se avivan en mi cabeza
las hogueras de junio.
M.H.Pindado